La puerta por la que siempre desaparecía solo.
Se sentía el retumbar de la música, pero no se oía la música. Era como escuchar el latido de un inmenso corazón. O tal vez era el mío, que empezaba a temer lo peor.
Al día siguiente no vino a trabajar. Al otro día tampoco se presentó, ni al otro. Decidí ir a visitarle.
Estaba llamando a su portero automático. Contestó una voz y pregunté por el.
-¿Quién le llama?- dijo
Me llegó una carcajada a través del telefonillo
-¡Ja! ¿Así que no se ha largado contigo? Lo siento por ti, porque cuando se marcha no regresa-
No era la única que le maldecía en aquel momento.
Se abrió una investigación, tenían conocimiento de la amistad que compartía con él.
-¿Se puede saber de qué hablan dos desconocidos durante los veinte minutos del desayuno todos los días durante ocho meses?
-No sé. Nosotros hablábamos de muchas cosas.
-¿Cómo qué, por ejemplo?
-Como por ejemplo, la libertad.
Durante algunos años soñé despierta, mientras miraba en catálogos viejas ciudades europeas.
Me gustaba detenerme en las fotografías: hoteles, calles, farolas iluminadas y recordar a quien fuese, preguntarme dónde estaría, qué estaría haciendo y pensar que volveríamos a venos sobre aquellas calles empedradas.
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