Y tu mirada se perdió en las tinieblas, ahí donde habitaba tu alma. La luna llena se hacía presente con su luz tan clara, con su deslumbrante reflejo.
Yo tan sólo esperaba; no sé bien qué... pero esperaba. Tal vez a ti, aunque sabía bien que no llegarías.
Y suspiraba pensando en tu recuerdo, que era cada vez más distante...
Y entonces te miré por ahí vagando, con aquella mirada perdida de un ser inexistente. Así que suspiré porque por fin te había vuelto a ver, aunque todo haya sido diferente.
Te miré, tu no lo notaste y la luna con sus colores nocturnos me dijo: Espera, él siempre estará aquí.
Yo confié y volví a mirar, pero esta vez ya no estabas aquí.
Suspiré, lloré... y desperté.
Las tinieblas se acercaban, tu no estabas ahí; mientras, la luna seguía cubierta con su velo blanco, ese que todas las noches usa. Así mismo también estaba cubierta por el manto negro de la obscuridad, temerosa de ser descubierta.
Desperté una vez más, tú estabas junto a mi. Volví a mirar, suspiré y sonreí.
Pedí a Morfeo que me llevase a volar. Sí... volando por las noches en las que había de esperar.
Un ligero susurro me empezó a estremecer, era mi amiga la luna que suavemente me decía: "Espera, él siempre estará aquí".
Durmiendo, suspirano, soñando, esperando... ¿A quién?
A él, a ese ser inexistente.
Ese ser inexistente que una noche me dijo: "No
esperes más. Yo siempre estaré aquí".
©Tania Manriquez
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