Vamos juntos...
jueves, 29 de septiembre de 2011
martes, 27 de septiembre de 2011
viernes, 23 de septiembre de 2011
El viaje
sino por la necesidad de siempre
estar huyendo hacia todas partes.
Para ir aprendiendo a decir adiós
y luego con el tiempo acostumbrarme.
©Tania Manriquez
Todo es dinero... el arte también
La muestra reconstruye cómo las familias de mercaderes florentinos se transforman en banqueros (o usureros), la relación conflictiva entre los provechos que levitaban bajo sus manos, la moral cristiana y la austeridad cívica: la redención de las ganancias solo era posible a través la inversión en el arte. "Por eso los Medici fueron grandes mecenas", comenta Ludovica Sebregondi, historiadora del arte que ha orquestado la exposición junto al escritor y traductor Tim Parks.
La impresionante selección de obras de artistas flamencos e italianos, alternadas con objetos como las primeras letras de cambio, básculas para pesar el oro, candados, cajas fuertes y bolsas de cuero, se abre bajo la estrella -casi una bendición profana- del fiorino, acuñado en 1252: 300 gramos de oro puro, la primera divisa pensada para gestionar grandes transacciones de mercancías. Como la moneda que Tío Gilito conserva bajo un cristal dio comienzo a su enorme fortuna, el fiorino fue el germen del comercio europeo. "Hasta entonces las operaciones se llevaban a cabo con monedas de plata -dice Sebregondi- . Valían muy poco y esto lo complicaba todo. Los florentinos del siglo XIV empiezan a viajar con lana, cuero o piñones, a cobrar y luego a prestar oro o a hacer cambios de divisas. No es casual que el léxico financiero tenga su raíz filológica en el italiano. Banco corresponde al italiano mesa: se refiere a los puestos plegables que los mercantes abrían al llegar a las ferias y donde ponían su mercancía o monedas para prestar. Bancarrota es literalmente el gesto de romper ese pupitre si el mercader-banquero no podía pagar.
Aquí llegaron los problemas. ¿Cómo conciliar las ganancias con la salvación del alma? Invirtiéndolas en belleza. Transformando el vil metal en estética y monumento eterno. "El arte permite al dinero convivir con lo sagrado", sella Parks. No por nada, el fiorino llevaba por un lado el lirio, símbolo de la ciudad, y por el otro a San Juan Bautista. Como si fuera también un amuleto contra la codicia...
Cuando Cosimo el Viejo de' Medici le preguntó al Papa Eugenio IV cómo garantizarse la salvación eterna sin renunciar a su fortuna, el Pontífice le contestó: "Dona 10.000 fiorini al Convento de San Marco". Ese conjunto fue restaurado entre 1436 al 1446 y hoy sigue siendo un inmenso ejemplo de arquitectura renacentista.
Las grandes familias de banqueros -Medici, Sassetti, Bardi, Peruzzi- no solo comisionaban pinturas que colgaban en la pared de su cuarto de dormir. Fundaron iglesias y conventos, construyeron palacios, pagaron estatuas y tablas de altares y frescos en edificios. En el siglo XV, el dinero se hace escultura, arquitectura, pintura porque necesita lavarse la cara, tener una pública utilidad, buscar el Bien común, quitarse de encima el lastre del pecado y salvar el alma y la reputación de su dueño. "No es el dinero desnudo que explica y funda el arte y la belleza del Renacimiento, sino la dimensión ética del donar a Dios donando a la ciudad, invirtiendo el dinero privado, fruto del propio trabajo, en el escenario de las calles y de las plazas", comenta Salvatore Settis, historiador del arte y crítico del diario La Repubblica. "Nada más lejano", sigue, "de las mezquinas relaciones entre arte y dinero que hoy nos propinan políticos sin ideas, dispuestos a desbaratar el Coliseo o los templos griegos de Agrigento, arrojándolos al mercado como si fueran bisuterías inútiles de una abuela extravagante y despilfarradora. Nada más lejano de las maniobras indignas de empresarios que se disfrazan de mecenas para apoderarse de los bienes públicos".
Sin embargo, hasta el afortunado matrimonio entre poder económico, político y arte "para los ciudadanos" no duró. Aquel sistema, que seis siglos más tarde parece de lo más virtuoso, entró en una profunda crisis con la predicación del monje Girolamo Savonarola (1452-1498). La parábola humana y artística de Sandro Botticelli refleja tal cambio de perspectiva. En las últimas obras del pintor florentino, los colores tenues, las luces hechizadas de los cuentos mitológicos de los años ochenta del siglo XV se rompen en tinieblas: en la exposición se admiran ambientaciones cargadas de dramatismo y tensión. El oro desaparece, como los desnudos. Botticelli, que encantó al mundo con su pincel, compartió la condena del lujo de Savonarola. Botticelli, que fue rico y que murió pobre...
martes, 20 de septiembre de 2011
miércoles, 14 de septiembre de 2011
sábado, 10 de septiembre de 2011
El indiferente
¿Tienes viejos vicios agotados y encontrarías ahora otros?
¿O acaso el temor de que los hombres sean fieles te atormenta?
Oh, nosotros no lo somos, no lo seas tú tampoco,
déjame conocer a veinte y conócelos tú.
Róbame, pero no me ates, y déjame partir.
¿Debo yo, que tantas labores hice a través de ti,
tornarme en tu tema único, porque eres fiel?
Venus me escuchó cantar esta canción, que antes no había oído,
y por el más bello aspecto del amor, la variedad, juró,
y quiso que así continuara:
ella fue, examinó y retornó bien pronto
diciendo: "Ay, que haya dos o tres
pobres heréticos en el amor
que piensen establecer la peligrosa constancia.
Pero les he dicho, ya que seréis fieles
lo seréis con quienes os son falsos."
John Donne
viernes, 9 de septiembre de 2011
Fragmentaciones
A veces mi cuerpo se fragmenta y me vuelvo parte del mar.
Y soy barco, y soy ave, y soy olas.
Soy espuma que llega y borra recuerdos.
Cuando me convierto en ave, mi cuerpo se vuelve ya no olas, sino alas.
Millones de aves revolotean en mí y en los andamios.
A veces me da la impresión de que soy una gaviota.
Soy la conformación de todos mis recuerdos y memorias.
Soy mucho en tan poco, en una sola.
©Tania Manriquez
jueves, 8 de septiembre de 2011
Opio
Y entonces lanzaste el llanto y tu vida fue inaugurada. Vinieron las sombras, una a una, sin regalos.
Sólo atestiguaban el principio de lo mal soñado. Alguien rasgó un violín y las notas cayeron tan pesadas. Te procuraste el rincón de lo inaudito, lo improbable. Al calor de abril le fue otorgado un poder de sortilegio.
Apestaban las manzanas que uno recogía por la mañana. Señores de dientes afilados apilaban las costras de lo insano. Eso al caer la tarde.
Por la noche, buenas noches. Amanecíamos con el letargo. Las babas de perro servían de afrodisiaco al intentar copular lo cotidiano. Te soñaste nocturno, erosionado, bajo cielo amenaza de tormenta, y de fondo musical un bebé llorando. Tuvieron que pasar ocho años.
Éste es, pues, el libro de los Malaventurados.
Reynel Ortiz